Arde el hielo, arde el aire.
Arde el cielo.
Siéntate despacio para esperar
el suave ronroneo de los ríos
y el dulce aroma que despierta los sentidos
al paso de quien sale a pasear.
Abandónate y déjate embriagar
por el estallido sordo de un fuego
que contribuye con sus llamas a ensalzar el ego
en toda verbena de sentir popular.
En una estación que supone el ocaso
del verde que florece en marzo
y, que a partir de un frescor escaso
produce el ardor propio del verano.
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