domingo, 9 de agosto de 2009

Hace falta poseer una epidermis absurda
para que las carnes se ericen
con el temblar de tu voz.
Siempre hubo en mí,
brillando entre las tinieblas
de mi mente oscura
un halo de estupidez,
que se convirtió en toda una estancia
cuando advertí tu presencia.
Y, es cuestión de minutos,
segundos tal vez, que ese rayo
de tontuna me haga capaz
de dirigirme a ti
y dar al traste con todo aquello
que la noche anterior planée.
Porque al abrirse un camino
entre tu mirada y la mía
mi mente oscura queda en blanco,
cegada por el destello de tus ojos.
Negros son como el destino
que me aguarda en una esquina
si no me olvido de ti
y de tu espléndida sonrisa.

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