Ríes y lloras, al mismo tiempo
que de tu interior brota un suspiro.
Requiebras al corazón, dándole un giro;
pretendes confundirlo con el viento.
Muchas veces, al caer la noche,
sientes un latido en la almohada,
a la par que cae de tu mirada
una lluvia salada en derroche.
Poco a poco acaricia tus sentidos;
embriaga sin quererlo tu sonrisa;
aplaca tus nervios, calma tu prisa.
Suplanta a la salvación del perdido.
Se presenta sigiloso, sin ruido;
destruye intereses a su paso,
mueve montañas (si se da el caso).
A áquel que ataca está vencido
porque no existe mayor enemigo
que acalle en un segundo tu conciencia.
La contienda se llena de impaciencia
al ver que no consigues tu objetivo.
Y es que, en el fondo, no es más que belicoso
el sentimiento que aquí yo describo,
eso que me hizo perder los estribos.
Lo llaman amor y, cuentan, que es hermoso.
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