quemaban lentamente mis entrañas
y llenaban de odio mi cabeza.
Amor, que mueres entristecido,
no puedes ya pensar en más batallas
porque estás muerto sin haber nacido.
Las calles se estrechaban a mi paso,
y el cielo lloraba sin aliento,
aunque aparentemente estaba raso.
Corazón, que vives desconsolado
desde aquella fría tarde de febrero,
sientes, en el fondo, estar parado.
Una lágrima asomó a mi mejilla,
y en ese momento comprendí
que jamás volvería a ser una chiquilla.
El alma muta a un alma en pena,
con un único y desperado anhelo:
vivir eternamente sin consuelo,
y yacer para siempre en tus arenas.
Mi vida vagará, lejos, sin rumbo,
y sólo un aliciente tendrá:
reencontrarse con tu alma por el mundo
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